La operación acertada
I Nos habíamos prometido a la falacia antropomórfica cuando sonó el timbre con su alegre canción, a menudo anuncio de catástrofes hechizas, hecatombes menores y otros desconciertos y desconexiones, ampliándose conforme van apareciendo en la pantalla del alma. Después volvió la luz, siendo el verano tierra de apagones. La conversación retomó los habituales meandros de su cauce. Pensé que esta rodilla dislocada en el río de lo que hablamos no requiere la operación recetada: habrá que dejar que inunden sus aguas, con el crepúsculo, nuestras mejores ideas. La huelga de transporte, en cambio, continuará. La ciudad quedará flotando en capas y capas de silencio —cada una con su propia temperatura y densidad— con palabras oportunas, a prueba de pensamiento. II Y caminar, claro, queda caminar, disfrutar del aroma de las flores que el día marchita, o deambular por la sombra, su silencio, respetuosos del olor a moho, a esa ligera putrefacción vegetal que caracteriza a lo ya dicho tantas y tantas veces. ¡Y quién sabe qué otras minucias de la vida en los cafés quedarán pendientes del cable que atraviesa las oraciones que los días van dejando, con su amor felino, a nuestros pies! Iremos cambiando de sílaba los acentos. Se nos nublará la vista ante tanta pestaña abierta. Sorprenderán los nuevos artificios. Las vacaciones se irán extinguiendo. ¿Y todo para qué? III Es tanto lo que queda sin llenar a estas alturas de la conversación, con sus botellas de plástico y sus latas de cerveza, cada una el símbolo caduco, ya indestructible, de lo que pensamos ayer. Hay que dormir ahora para desvelarse mañana. Entre sueños y desayunos, surgirá de algún pliegue suelto la operación acertada: acelerar la risa para que deje su huella en el salitre y el moho de los que depende tanta literatura. Así, la antología de asfalto revelará su incógnita. El aire salado que la voz deja tendrá que cambiarse o respirarse para siempre. Y en caso de lluvia, nadie negará que la sequía nos ha mejorado el poema a partes iguales. Y no habrá percance que por bien no invada el inconsciente de lo ya cantado. La felicidad que descansa en el idioma exigirá un pensamiento más barato y que nos una— nos acompañe siempre, como la humedad que sube por las paredes y nos nombra.