Este poema trata del otro día cuando no te ví. Quiero un poema abierto como el aire por estas calles, días de sol y cielo de invierno sin nubes. Pero este poema trata de las tardes cuando el sol cae por las calles del Bajo y la sombra sube por las fachadas de los edificios, dejando oscura la vereda por esquinas heladas donde no hay árboles. Y más abajo el Río afirma su íntima contracción entre el marrón del Paraná y la luz del Atlántico reflejada a ras de piel, origen—final y principio— de la ciudad que tanto nos encuentra y nos dice juntos cuando estamos juntos. Desde un café miro por la ventana a los colores errantes de la ropa en la tienda de enfrente en liquidación permanente. En el bolsillo llevo un libro que a nadie le importa, sus páginas ya amarillas, quebradizas, marcadas por un lector anterior, descuidado. No leo, sólo miro por la ventana. La sombra ya lleva su gris al cielo y los escaparates abren la calle con su luz, como si vendieran vidas que uno quisiera vivir, o volver a vivir, todas vidas que se viven nada más que a la instancia de esa luz. He vivido esa vida y otras más, lejos y por dentro, no sólo observador oculto en un café. También dudé en ser otro, vestido con los colores de los otros, más alegres, más vivos. Ahora, en este café del Bajo y mirando por la ventana, te cuento chistes imaginarios e imagino cómo te reirías. En cierto momento guardo la carcajada para luego: es para cuando nos encontremos junto al aire frío y su sombra abierta. Las tardes en que camino contigo por estas calles, cada paso dice lo que con cada paso se desdice. Caminar dice y desdice a la vez el camino, el tiempo y lo que somos— lo que estamos siendo en todo ese instante cada uno y uno para el otro, viviendo.
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Feliz cumpeaños del Mamífero Mundial.