El último avión
Un último avión cargado de comestibles cruza el cielo mordiéndolo, masticándolo despacio ahí en la altura. Nadie piensa en cuánto cielo se consume al día, por hora y al año. Los helicópteros vuelan por debajo y vigilan amplias nubes negras que se deslizan por las avenidas hasta los paquetes que el avión dejó caer. Son momentos acordados tras la última huelga de peatones. El Río de la Plata se secó un día y en el fango del fondo se encontraron más verdades que las esperadas. Verdades esperadas y desesperadas. Buenos Aires, poco después, quedó vacía. Un desierto poblado por esa gente que no es nadie. Nubes negras desde cierta altura. Zopilotes de plástico y metal vuelan en círculos. Vidrios rotos por todo el pavimento. Algunas prohibiciones siguen vigentes a pesar de la mala traducción. Hoy es el día de los atropellados. Nada queda por saquear. Hoy es la vida interior lo que cuenta. Y ahora no hay ya quien llene la luna. Las palabras concéntricas de la vida en la ciudad una a una, y luego todas en cadena, se quebraron. Por la tele se repetirá la última noticia una vez y otra hasta que se corte la luz. Quedan ángulos rectos— y el filo redondeado en alguna idea bonita— regados entre la basura, donde los perros abandonados siguen buscando.