Vi llover en horizontal este domingo. A veces la ciudad, de cemento y artificio, deja pasar a la naturaleza, la deja romper árboles y partes del tendido eléctrico: declara impasables algunas calles, algunas preguntas: Quiénes somos, adónde nos dirigimos, cuánto durará la inflación, a qué hora quedamos en aquel café del centro que tanto me gusta, lugar cubierto de sed, con manchas en los manteles como certezas antiguas y palabras mal oídas entre mesa y mesa como testigos de otras vidas. Los camareros ya no hablan con la policía– después de la última vez cuando varias dudas, algunas pueriles, otras más idealistas y vestidas de negro, irrumpieron en el local rompiendo vidrios y destruyendo amistades añejas, calibrando el paso de los minutos con el cronómetro borroso de un saludo por la calle. Siempre me saluda y nunca recuerdo su nombre nos decimos al final del día cuando hay que guardar las esperanzas para que no se estropeen por la noche, ni el rocío las deje oliendo a lluvia de otros tiempos. Los gestos viven solos en cuartos alquilados en hoteles junto a la estación. Si uno se fija, los puede ver mirando por la ventana o se alcanza a ver el movimiento de una cortina; y uno recuerda cuando tenían sentido y los repetía delante de otros para ser uno más. O para dejarse abrazar en público por extraños a los que uno siente la tentación de regalar el abrigo ideológico que tan bien le quedaba el día anterior. Eso, dijeron, sería la nueva caridad. Pero sabemos bien cómo es la moda, con sus grandes carteles junto a la autopista, anunciando lo que nunca podrá ocurrir. Todo esto habría que ponerlo en diálogo, nos dijimos tímidamente esperando que algo más cercano a la vida nos invitara a bailar, nos invitara por fin a huir del silencio. La nueva cocina empezó a mezclar metáforas creando sabores inesperados y texturas más libres; trayendo palabras de otros idiomas, recién compradas a menudo en aeropuertos más grandes que el nuestro. Ahora, dijo alguien que acababa de volver, no te revisan las opiniones cuando pasas por la aduana. Afuera, los taxistas te preguntan si continúa la moratoria o si pueden volver al trabajo de explicarse el mundo y la vida a gritos. Así, se siguen atrincherando las promesas a la espera del olvido, su enemigo ancestral. Todavía les quedan en el recuerdo los ataques a caballo las casas quemadas, el degüello a sable de tantas promesas que el silencio no basta para recordarlas todas. Es así como se llegó a separar los domingos del resto de la semana– efecto secundario de haber hablado de más demasiado pronto e incluso demasiado tarde. Y en medio de tanta sangre y todo ese fuego hubo quien salió a decir que también habría que recordar cómo los diccionarios fueron quedando en desuso. Sin léxico no hay promesa, gritaban, puño en alto y la cabeza cubierta por el pasamontañas de sus buenas intenciones. Ayer esperábamos la cuadratura de nuestro círculo de costura pero se nos adelantó el círculo de lectores. Ahí supimos que las letras siempre se anticiparán a las armas (o por lo menos a las agujas) aunque perdamos el hilo de lo que nos íbamos diciendo. No hay crónica que se eleve por encima de las nubes del tiempo y nos ofrezca una vista del paisaje urbano como conclusión y cierre de sus quince minutos de fama narrativa. Caminando por la calle, uno se sorprende a diario de los sueños de otros que va encontrando a su paso. Uno se palpa los bolsillos en busca de la billetera donde guardó el último de los suyos: ese en el que se expresaba abiertamente y no sólo era aplaudido, sino que era invitado a fumar en la trastienda donde se reparten las decisiones y la guita y se empieza a planificar la próxima edad de oro de lo que antes se denominaba desastre económico. Mientras, lo demás, el intercambio de miradas algunas incluso cómplices; las definiciones de los mejores neologismos; la soldadura de las placas tectónicas de nuestras varias realidades; el sabor de los nuevos gusanos electrónicos; la manera en podemos convertir significante en significado sin salir de casa; la dirección de los cangrejos en la noche; el nuevo álbum de figuritas junto con la lista de las difíciles; el lugar de la experiencia en la construcción de una vida nueva; la razón por la que no se debe llegar tarde a una cita con el destino; la hora del desfile que lo que nos indignará mañana y en los meses venideros; el regusto a humedad que se seca en la boca si uno presta mucha atención al aire acondicionado; las palabras que eso pueda ir dejando en las páginas amarillentas de las últimas vacaciones; el juego entre una y otra y el emblema que desde hoy dirá lo que somos y hemos de ser– todo eso se anunciará en breve. Se irá entregando por la calle como siempre y en las mejores esquinas.
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